Mamá, me marcho.


Mamá reposaba tranquila un plato de sopa, se fumaba a gusto un buen cigarro en el sofá tirada o posiblemente hiciera cualquier cosa menos esperar otra estupidez de su hijo. Lo que hiciera dejó de hacerlo al recibir mi jarro de agua helada.

-Mamá- imagino que le dije-. Me largo a Latino América. A caminar a través de todo el continente en busca de historias, lugares mágicos, playas vírgenes y ser humano- no recuerdo las palabras. Y llevo largo rato tratando de recordarlas. Escribo lo que le diría ahora.
-¿Cómo?- la imagino toser, víctima de una patada baja y rastrera escupe humo intercalado con letras- Estás loco, ¿lo sabías, verdad?- recupera su semblante, seria e impasible se muestra ante mí como la única persona capaz de hacerme agachar la mirada al suelo. Pero hoy lo enfrento todo de forma distinta.


Más o menos, quizás más menos que más, así fue cómo le dije a mi madre mi intención clara e irrevocable de abandonar todo cuanto ahora tenía (la formación y el futuro en Alemania era a lo que ella más aludiría) y emprender el viaje que durante años moldeé con imágenes de otros en mi cabeza; el viaje que tanto deseaba hacer mio. No se lo dije a la cara, la distancia lo impedía. No tuve el cosquilleo en estómago que produce el temor a una de sus hostias secas. No me gustó la forma en que le transmití mis planes, pero no quedaba otra. Aunque creo qué para ella esta manera fue mucho más dura y directa. Un hijo que se alejaba cada vez más y esta vez en una situación radicalmente distinta, a la aventura y sin esa barandilla segura en las Escaleras del Porvenir que forman un trabajo seguro en un país seguro.

Esto fue difícil de entender para ella. "Estás loco. No sabes la oportunidad que desperdicias y lo mucho a lo que te arriesgas" decía ella con la voz quebrada de una esperanza a puto de morir. "¿Cómo vas a dejarlo todo (trabajo, familia, futuro..) para acabar en un continente lleno de desigualdades, violencia y hambre?. Claramente no lo entendía. Era difícil de entender. Como dije, la distancia abría brecha entre nosotros y todo se hacia más hiriente. No la vi la cara pero sí pude imaginármela. Para mí la era la cara de la madre más bella. La imaginé cansada y con marcas dejadas por el acoso constante de la dureza de una vida de entrega y dedicación a una familia, recibiendo en ese instante otra embestida y grabando en ella otra muesca más en su ardiente rostro. Alma férrea y espíritu inquebrantable se dejaban ver temblando a través de sus ojos agotados, vibrando acuosos como restos de un pecio hundido allí en lo hondo. Sus manos acusando los calambres secos y paralizantes de una sensación de angustia que avanza desde lo hondo de su pecho y recorriendo los brazos hasta explotar en agujas zumbantes en sus dedos. La imaginé y la imagino, sentada en el sofá preguntándose "¿qué es lo que hice mal?".

No tuve valor para tratar de calmarla, ni fuerzas, ni palabras, ni tampoco convicción. Ver una madre sufrir es duro. Pero imaginárselo a miles de kilómetros de distancia y no tener medios para consolarla es mortífero, quema y consume al hijo que vuelve a sentirse el culpable del ocaso de su propia madre. Pero llevo días pensando que decirla, mucho rato tratando de componer frases de alivio con palabras de esas que uno mastica y escupe con cierto cuidado. Queriendo darle a todo un matiz consolador para esa madre que sufre. No lo consigo.

Pero sólo quiero contestar a esa última pregunta que mamá me hizo. "¿Qué es lo que hice mal?"
Nada mamá, nada. Todo lo has hecho como sólo sabe hacerlo una madre, con amor. Te lo debo todo ¿sabes? No es una de esas frases que he andado rumiando, es de las más cutres que me salen sin pensar, pero sin duda la qué más dice. Me creaste (aunque tengo oído qué papá también puso de sus partes) y me llevaste dentro durante tanto tiempo. Creo que he pasado 25 años dentro tuya. Al menos hasta hace poco no me sentí realmente despegado de ti. Maravillosos años en los que me educaste con un zueco y un abrazo; con la mano callosa de una trabajadora honrada secaste mis lagrimas y diste forma a mi yo actual. He aprendido a amar lo que tengo pues lo es todo. También aprendí a superar barreras, problemas y toda clase de mierdas que la vida nos lanza. A caminar erguido y mantenerme fuerte, pese a cargar con mil infortunios a mi espalda, ayudando a mi familia y a mí mismo. Y aunque no lo creas, te duela creerlo o simplemente no quieras creerlo, también moldeaste mi locura. O al menos eso a lo qué ahora llamas Locura. No lo llames así, pues es tirar al barro algo bellísimo que también heredé de ti (papá también puso de sus partes); el amor.

Han tenido que pasar años para darme cuenta de ello. De niño, estúpido y presuntuoso, rodeado de amigos con papás con buenos sueldos (o al menos con un sueldo, por bajo que éste fuese) que les compraban tantas cosas bonitas, tantos juguetes de los anuncios... Yo creyendo qué me faltaban cosas ¡ja!. Y resultó ser qué ellos eran los que estaban faltos de algo. Más valioso y vital que ningún juguete o mierda con alas de muchos euros de precio. Han crecido vacíos -o a medio rellenar- de amor. Yo me siento rebosante y es gracias a ti (a vosotros).

Amor por mis sueños que me llena de ganas de vivir, de perseguir objetivos y luchar por alcanzarlos. Amor al que me he agarrado para no hundirme y que ahora me impulsa alto. Amor con el qué vino el respeto, he aprendido con ello a valorar cuanto tengo y a ser consciente de lo que puedo aportar. Han crecido en mi ganas que jamás sentí de ayudar, de compartir ese amor tuyo en el que yo siempre encontré consuelo con aquéllos que más sufren. Amor que ha despertado mi curiosidad y mis ganas de aprender de todo con las historias de carne y hueso. Amor me que empuja a querer escribirlas, a querer darles una voz. Amor por la tierra, por mis hermanos de cualquier lugar del mundo. Amor por la vida, mis amigos, mi familia; amor por todos con los que crecí. Amor dónde creció mi amor. Amor con el qué te escribo para tratar de aliviar tu pena, resolver tus dudas y calmar ese sufrimiento de un nuevo problema traído a casa.

Lo hiciste bien, me regalaste lo más lindo de ti. Lo que hoy me mueve es tuyo. Lo que hoy me dibuja una sonrisa e ilumina el alma me lo entregaste tú. Es lo más preciado, lo qué mas vivo me hace sentir. Es tu amor, mamá. El mundo merece conocerlo. Y a éso voy, a compartir lo más valioso y bello que tengo con aquél que lo necesite; a poner mi mano y mi sudor para ayudar dónde sea necesario; a llevar esa parte de ti que late en mi dónde puede dibujar una sonrisa, aliviar un alma quejumbrosa e iluminar a las muchas vidas que sufren. Me llevo tu amor. Te llevo conmigo. Nunca estuvimos tan lejos. Pero jamás habremos estados más unidos.
-Me voy a Latino América, mamá- se levantó con un chasquido de sus rodillas y sin decir nada me abrazó tan fuerte que pude sentir que nuestros corazones latían a la par.
Te quiero, vieja.

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