Vuelta a la vida

Abandoné el caribe, dejé todos los meses de picaduras infectas; de ser una vela consumiéndome bajo el fuego depredador del sol; de llegar a cansarme de lo que, en un momento, me cautivó; y de las noches donde tiré mi poca reputación apreciable al más oscuro pozo.



He vuelto a la vida, literal. Soy un hombre nuevo ,créanme que esta afirmación es cierta, no puedo ocultar el bien que me ha hecho tragar algo humo de tubo de escape; también de los de papel. Llegué a casa de una buena amiga el día 30, tras una espantada de película de la palapa con goteras en la que vivía. Allí tuve el primer indicio de la inminente resurrección tras abrazar a una persona con el corazón al aire que me recibía de manera intensa, tras lo cual tuve una especie de sentimiento intrínseco que me llenaba con una alegría efervescente que me acariciaba por dentro. Un regreso a un lugar que ya me atrapo la primera vez.

El mar fue el segundo fogonazo que anunciaba que detrás del bosque de negras siluetas ardía vivo un fuego. Allí estaba, haciendo lo que debe hacer: traer su susurro salado a nuestras vidas, robando el sentido a la distancia, mostrando lo que es la vida. Lo escuché durante los primero instantes de una manera tan potente que sentí los pelos del culo erizarse y entrelazarse como el mangle que en algún lugar se enfrenta a ese mismo mar que a mí me había arrebatado todo. Increíble.

Sin duda me aventuré a cruzar la negrura en busca de esa luminiscencia nacida de alguna parte que me llamaba. Sobrepase las primeras etapas de mi vuelta a la realidad humana más enferma con el consumo opíparo de alimentos industriales, bebidas con una irrisoria cantidad de alcohol y algunas cositas que acarician los ojos por la parte del interior del cráneo; no se me ocurre mejor manera para empezar a sentir la sangre corriendo de nuevo sucia y enferma por mi organismo mermado.

Dos días me devolvieron la vida con todas sus taras. Esta vez la resaca (la famosa “cruda”) me hacía levantarme con un desequilibrio que casi me cuesta la vida bajando tan sólo dos escalones de color caca. No recordaba esa sensación de una boca con una lengua y un paladar con sabor a ceniza ni tampoco esas punzadas como clavos llegando al núcleo de mi cerebro. Estuvo muy bien, también necesitaba este tipo de momentos, a nadie le viene mal de vez en cuando recordar lecciones de la vida, sobretodo cuando uno es tan dado al olvidarlas como yo.

Llegó noviembre y con ello un nuevo soplo de aire a unos pulmones mortecinos que luchaban por hincharse como las velas de un barco. Una amiga, a la que quiero de una forma irracional e incomprensible, llegaba a Cancún. Ya casi llegaba a ver la luz.

Y con esa alegría, con esa buena vibra, afronté junto a ella el viaje del que caería como un polizón expulsado de un tren oxidado junto a las costas del Pacífico, a Huatulco. Aquí estoy, en otro lugar totalmente distinto a lo conocido, un sitio que huele diferente, donde el sol me derrite con la misma malicia; un lugar donde puedo instalarme y darle cierta paz a este cuerpo que acaba de volver a la vida, todavía está muy expuesto a los riesgos del principio; uno no resucita con muy buen cuerpo, es como una cruda llevada al máximo; un sentimiento de indefensión imponente.
Así pues veremos cómo evoluciona la nueva etapa de la aventura. Este tramo y los siguientes los haré sin compañía del amigo con el que vine (al cual leeremos por aquí y al cual deseo toda la suerte del mundo), pero no me parece un obstáculo insalvable, estoy en buenas manos y esta ciudad parece tener ganas de dejarme vivir...o, al menos, darme chance para intentarlo.

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