Ilusión: Fuerza vital para alcanzar lo soñado.



Una semana en España; una colilla consumiéndose. Un mes para el gran viaje; otro cigarrillo por encender. Y mientras tanto, mi compañero Héctor emprende hoy el viaje con su mochila al hombro cargada de gadgets mochileros e ilusiones. Es de ésto último de lo que querría hablar: ilusión.

 


Desde que aterricé en Madrid veo pasar los días en una sucesión que me deja un sabor férreo y de sobra conocido en la boca. Días de una vida sencilla donde uno experimenta la presión asfixiante de un ritmo marcado por la condena de un trabajo que enjaula individuos exprimiendo hasta la última gota de vida, hasta que el último aliento se apaga o bajo el yugo de la hipoteca o de otras deudas de por vida que limitaron las ilusiones de quien bajo éstas cayeron. Veo lo mismo que rebotaba contra mi piel de escamas, esas mismas ataduras que cualquier persona “normal” -aquélla que vive dentro de esta vorágine de contaminación y ruido- debe tener para no desentonar ni hallarse fuera del núcleo social.

Es ahí, dentro de ese podrido corazón del núcleo, donde la persona empieza a ganar cierta relevancia: consigue su buen trabajo en una oficina acristalada en un edificio alto que parte las nubes con su pararrayos parpadeante; conoce a esa persona de buena colocación en el núcleo, sus estudios y su trabajo son envidiable y además ¡es buena persona!; una casa en las afueras con jardín y un perro baboso (y al que pasearán tus hijos) protegiendo aquéllo que amas... La lista de logros puede, es más, debe ser tan abultada como el cúmulo grasiento que nace bajo la tripa de un obeso si quieres mantenerte visible y respetable por el resto de los habitante del núcleo. Pero ¿y qué sucede con el resto de cualidades o virtudes, el resto de detalles que laten bajo la piel y son las que convierten al ser humano en un individuo racional y con la capacidad de desarrollarse en pos de mejorar su vida y aquéllo que le rodea?
La ilusión ha muerto y con ello el resto de esas virtudes del que habita plácidamente en el núcleo.
Y es por ésto por lo que veo todo de esta manera tan amarga para muchos. Un grito que trata de tumbar mi opinión y un argumento estéril para callar al mio. Igual daría si hinchase mi pecho tragando todo el aire y el valor que éste arrastra para gritar a una pared enorme e inmutable. El efecto de esa acción causaría tan poco daño en el ladrillo desgastado como en la conciencia y visión de estas personas.

Y sin embargo voy a seguir haciéndolo, a un mes de mi marcha, pues he podido sentir la ilusión renacer en mí. Y es realmente maravilloso sentirse realmente ilusionado por la vida.

Durante años viví aquí, junto a ellos en esta frenética carrera por alcanzar un lugar de privilegio en el núcleo. Pisoteé tantas vidas como fue necesario para conseguir algo que aún todavía no he conocido; mascullé maldiciones barriobajeras hacia esos capullos de arriba mientras me pudría aquí abajo; e incluso llegué a envidiar a muchos por lo que habían conseguido dando por acabado mi capítulo de luchador y aceptando de manera resignada mi desgraciad situación aquí.
El resultado fue la perdida total de la ilusión necesaria para continuar viviendo, las ilusión que insufla fuerzas a la sangre de un cuerpo vivo. Estaba dentro del núcleo y ocupaba mi posición en él; sólo quedaba afrontar aquéllo con la cabeza bien gacha para evitar mirar el éxito de otros y aceptar ver consumirse mi vida ante el crecer de otras.

Pero conseguí salir de aquí, una oportunidad de desconexión o mejor dicho, desintoxicación de toda esa competencia y convivencia parasitaria. Una oportunidad de respirar aire nuevo, tomar una gran bocanada con todo ese valor que arrastra y gritar a la pared. Sin resultado al primer intento; sin resultado al vigésimo quinto. Pero seguiré intentándolo pues se que detrás de esa pared existe más mundo, más paredes, a las que desafiar. Es la ilusión la que mantiene vivo ese grito.
La ilusión de vivir lo que más deseo, aquéllo que durante año fue una locura sin base, hoy se convierte en el proyecto más emocionante de mi vida. La ilusión me ha devuelto confianza y ganas de afrontar el desafío diario.

Ha sido ilusión lo que me ha hecho renacer, alzar la mirada y descubrir, una vez fuera del núcleo, que allí adentro la gente sobrevive a diario sin la ilusión necesaria para crecer y alcanzar lo soñado. Un estado de catatonia existencial que los mantiene inertes y apilados en un bloque de aspecto heterogéneo que sirve de base para aquéllos que se aprovechan de su desgracia. Una visión dolorosa al reconocer a tus seres queridos allí, partes de una mezcla grotesca, lamentándose y gritando agonizante pero sin poder ser escuchados, desapareciendo a cada pisotón de los de arriba y viendo taparse a cada segundo cualquier brecha que permita el paso de luz, de aire.

No lo toméis como un desafío cargado de la prepotencia de aquél que cree tener la certeza y la razón. No se trata de eso. Tampoco sintáis en mis palabras un método sucio de alguien que desea dar envidia; no es uno de esos pisotones dispuestos a asfixiaros más.
Sólo trato de compartir mi experiencia, mi vivencia más importante; ese momento en el cuál conseguí salir de aquél núcleo y recuperé mi ilusión. Y es sobre esto último de lo que quería hablar: la ilusión
.
No dejéis que vuestra ilusión por la vida, por vuestro presente y vuestro futuro, o por vuestros sueños, sea robada por esas manos que trabajan duro para arrancar toda cualidad humana que tenemos. Mantened la llama viva y gritad a esa pared inexpugnable que se extiende frente a vosotros y tumbadla; que la ilusión por saber lo que tras ésta se esconde sea la fuerza vital que os mueva.



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