Tribulaciones en un día negro...





Llevo días postergando ésto. La verdad que no sentía unas ganas demasiado fuertes de escribir, quizá por ello me siento en el sofá que mamá colocó en mi habitación sin hacer absolutamente nada. Nada salvo ver como se consumen los días ante mí de la misma forma que lo hacían cuando vivía aquí: arden de manera rabiosa y al desparecer el fuego dejan un montón de ceniza negra que se acumula sobre los montones de días pasados...
Es ahora, cuando he decidido mover mi culo acomodado y preparar todo aquéllo que debía tener desde largo tiempo listo, cuando empiezo a ser consciente de que ya queda menos para ver cambiar todo a mi alrededor de forma radical. Las prisas para agilizar los tramites necesarios para abrir una cuenta en el banco me han demostrado una vez más lo perro y gandúl que llego a ser; un huevón que se aferra a la estúpida idea de que el universo lo hará por él.
Y es así, con detalles tan idiotas como éste, cuando una bofetada propinada por la realidad más cruda me hace despertar de mi “Estancia de Ensueño en Casa”, la cual llegué a creer eterna. ¡Pues NO! Sin tener ni idea de mi error, me despierto con la fecha grabada en la mente (21 de Agosto) para no olvidar felicitar a mamá en el día de su cumpleaños, y tras rozar su mejilla con unos cuarteados labios de fumeta caigo en la cuenta de que sólo me quedan 9 días en casa; mis últimos días en casa...






Ha sido una estancia... mentiría si dijese agradable, pero sería injusto decir lo contrario. En casa todo sabe mejor, todo huele apetitoso (salvo los pedos de algún miembro de la familia) y allá donde me tumbe, mis huesos reposan sobre una superficie acolchadita y puedo abrazar tantos cojines que incluso noto cómo se llena ese hueco vacío que humea en medio de mi pecho. Vamos, que uno no puede quitarle razón al anuncio del turrón en el que el hijo que vuelve a casa por navidad experimenta un placer orgiástico al ver que su mamá le abre la puerta con una sonrisa; es bueno volver, sienta bien la verdad. Pero siendo francos: a mí mamá no me abrió la puerta con una sonrisa, ni yo experimente un placer tan cojonudo.
La puerta se abrió como cualquier otra vez: una pelea feroz con el tirador de la puerta roto desde 2014 es seguido de inmediato de un chirrido metálico, un grito de arpía que retumba en los oídos y que decae a medida que la puerta se abre dejando escapar la luz artificial fulgurante, el fuego sigue ardiendo ahí adentro. Mamá y mi hermana me reciben con besos y las protocolarias preguntas: ¿Qué tal estás? ¿Cómo fue el viaje? ¿Has comido algo?; respuestas onomatopéyicas escapan de mi boca sin abrir.
Acto seguido me sulfuro, veo todo con el mismo polvo recubriéndolo y suelto en cuestión de 37 segundos los argumentos aún por reforzar que pensaba utilizar como arsenal en el momento que tanto temía: el de exponer mis razones y motivaciones por las cuales me marcho a Latinoamérica. Escupo mierda sin ningún tipo de orden, los ensayos frente al espejo de mi habitación en Alemania sirven de poco. Mezclo temas y confundo términos debido a la velocidad y a la rabia con la que trato de callar -no de responder- a mis padres. “Soy un político en toda regla”, pienso al ver cómo levanto la voz por encima de los demás y emponzoño todo con una verborrea tan cargada de basura y carente de valor argumental... pierdo la guerra en la primera noche y con ello empieza una ligera, pero notable, hostilidad que durará el resto de la estancia.



¿Por qué actué así? La razón exacta la desconozco, para que engañarnos, pero he tenido tiempo de meditar sobre lo ocurrido; llevo días diseccionando un cadáver hinchado sin el material necesario, pero creo haber hecho grandes avances en mi investigación a pesar de abrirlo y hurgar en él con mis manos sucias. Vine cargado de miedo, dudas y un sentimiento de la responsabilidad quebrado.
Es curioso, tomé la decisión de dejar atrás todo esto de una manera casi decidida y consciente. Tardé 5 o 6 días más que Héctor en comprar el boleto; lo justo para valorar muy por encima las consecuencias de mi decisión. Pero pese a ese rato de reflexión en el que creí alcanzar la decisión correcta, algo andaba rondándome tras la oreja. Algo así como un “Porculero” invisible que me pellizca las lorzas repitiendo constantemente: “Piensa en lo que has hecho, no está bien. Recapacita y déjate de mierdas, tu sitio no es aquél sino éste”.
Pues con ese “Porculero” llevando a cabo su misión de forma incansable llegué aquí. Sigue conmigo y el cabrón se ha hecho fuerte alimentándose de esas sensaciones que enturbian y cuestionan mi decisión desde lo más profundo de mí.
El miedo está ahí desde el comienzo. No es fácil afrontar lo desconocido desde una posición tan ignorante. No es un “me largo y a tomar por culo”, aunque a su vez también lo es. Me largo, huyo y de eso soy consciente ahora que explotan morterazos a cada segundo aquí adentro. La situación en casa ha levantado la alfombra con la que trataba de ocultar esta porquería, pero es verdad y no queda sitio donde guardar más mierda; soy un refugiado más, siento que todo lo que quiero y está aquí pronto podría costarme la vida y la decisión de huir es necesaria y real. Pero cómo ya dije, ésto no es fácil y me acongoja dejar la seguridad corrosiva que me ofrece la familia, no hay día que no escuche una frase de esas que ya no sé si tratan de aconsejar, persuadir o simplemente la gente las suelta porque es el momento que llevaban años esperando para soltarla. Pero hay miedo, mucho. Es un salto arriesgado y esta vez, sin la seguridad de la red.
Y la duda es otro lastre que arrastro desde que dije “Sí”. Da lo mismo imaginarse una playa caribeña que un montón de plasta de oveja con fotos de Madonna, no sé por mucho que trate de darle forma lo que me voy a encontrar y por lo tanto la duda carcome. No sé nada, es tan simple de resumir... Tengo la experiencia limitada de un borrego retrasado; no he experimentado nada en mi vida más allá de drogas, sexo enfermo, trabajos sin sustancia y aventuras en un parque municipal. Esta aventura es una enorme interrogación para mí. Pienso en el idioma (que aunque controle el inglés, llevo años sin ponerlo en práctica y para colmo el alemán lo ha devorado todo) y en esos incómodos momentos en los que recibiré más collejas que un pijo en Vallecas; también en ese momento en el que deba poner en práctica mis aptitudes o resolver problemas salidos de cualquier parte. Pienso en mil y una cosas, y me carcome esa duda constante. Me veo con ganas, las fuerzas se han renovado y estoy listo para enfrentarme a todo -al menos eso creo-, pero aún así estoy repleto de dudas.
Duda que se torna en ese factor erosionador del sentimiento de responsabilidad quebrado. Y sin duda es este punto el que más alimenta al “Porculero” y más mina mi moral. Porque pienso en la familia, en aquellos argumentos que quise dar y que creí de ayuda para que no se notara mi ausencia y que me atormenta no saber desarrollar y entregar de la manera correcta a quienes debieran ayudar. Me siento atado de una manera asfixiante a este lugar. Veo lo que dejo más allá de los rostros, las voces y los momentos de unos y otros. Veo esa tensión rezumar de las paredes y encharcar el suelo con una mucosa negra; la nicotina de las paredes y la negrura de los momentos que aquí se viven pueden dar origen a tal escena. Veo el dolor reventar los espejos con un grito sordo que calla a todos. He llegado a ver, aunque de manera más fugaz, a la violencia arrancar el brillo en las miradas de los míos; un espectáculo desagradable mirar a unos ojos de pez muerto, dónde el vacío se prolonga y la vida parece aullar agonizante en lo más hondo de aquella oscuridad. Y ver el sufrimiento es lo más duro sin lugar a dudas; ataca sin cuartes y marchita los rostros de aquéllos con los que decidió divertirse... Y es ver todo eso y espantarlo como el rabo de una vaca hace con las moscas de su culo sin un resultado notable sino algo que durara mientras yo esté aquí para ello, pasajero, fugaz... ¿debería quedarme y seguir espantando moscas de nuestro culo cagado? Así lo siento. Es mi deber, sucio, pero siento que es la tarea para la que estoy aquí...
Y sin embargo me largo, me voy, los dejo solos con toda esa atmósfera nauseabunda donde cualquier momento acaba en tragedia. Siento que me largo mientras se ahogan en un charco de fango y miseria, sin tenderles la mano, sin importarme su fin...

Hoy es un día bastante duro, un cumpleaños abocado al desastre y que se mezcla con mis tribulaciones. Lo siento mamá, de nuevo te dimos el día... 

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