Empezando a rodar

¿Cómo narices empiezo con este resumen? No tengo ni puñetera idea, para que engañarnos. Escribo tres líneas y no les encuentro el sentido, si no convencen al tipo que las escribe es síntoma del costoso trabajo que va a ser darles ese contenido que busco, el que contenga lo más fielmente posible la gran cantidad de sensaciones e impresiones que he visto crecer exponencialmente a los hongos de mis pies. Son dos semanas en México; las dos primeras semanas, esas en las que uno se amolda al país y a sus contrastes, y a un hábitat en el cual se convierte en caramelo para mosquitos y taxistas pedantes. Ya van dos y me siento bien, vivo, en el lugar adecuado...



Llegué el día 3 a Cancún tras una odisea en la que vi cómo mi cuerpo y mente sufría el desgaste de un trajín estresante en las terminales de 4 aeropuertos distintos. Un verdadero coñazo, la verdad. Bien, pues hecho un mojón andante aterricé en tierra mexicanas, experimentando los primeros nervios por verme tan lejos de esas fronteras desde donde, seguro y asomadito como si de un balcón se tratase, admiraba éstas. Lo primero de lo que fui testigo es del trato cariñoso y delicado del equipaje, me cautivo cómo en una vagoneta oxidada una pirámide de mochilas se formaba tras un lanzamiento medido de los 45 trabajadores que allí se concentraban, magnífico vaya... Después el temido control de seguridad. “Yo no llevo nada, así que tranquilito”, me repetía una y otra vez, pero tengo esa cara de sospechoso que hace que me inquiete y sude como un gorrino al pasar los controles, y para colmo allí había 2, 3, 15... “Pufff, cojonudo” se me debió de escapar al verlos, más controlado entrar a México que a mi casa un domingo a las 7 con mi madre ya levantada. Abordé el primero con el sudor perlando mi frente y las nalgas y fui torpe al responder a las preguntas del tipo de uniforme que debía dejarme pasar.
  • Hola Adrián, ¿que viene a hacer usted en México?- me preguntó el tío, un gordo bien macizo y bigotudo que clavaba sus dos ojos, diminutos y hundidos bajo su ,también, sudorosa frente (seguro que a él también le sudaban las nalgas) en mí.
  • Pues voy a trabajar en un proyecto en una pequeña comunidad maya, en Dos Ojos. Vengo para estar allí 3 meses y después me gustaría conocer un poco mejor México- contesté seguro, tenía bien estudiado mi discurso.
Fue entonces cuándo la cagué:
  • ¿A qué se dedica en España?- me soltó tan rápido e inesperado como un bofetón rastrero cerca del oído.
  • ¿En España?- ya le dejé claro que esa parte no la tenía estudiada, titubeé de verdad- Pues...estudio- solté esa mierda sin pensar, de hecho creo que le dí cierta entonación interrogativa buscando así la respuesta en la cara rechoncha del tipo.
  • Estudia... ¿y qué estudia?- el cabrón iba a pillar, sabía hacer su trabajo.
  • Pues...-de nuevo muestras de no tener aprendida la respuesta o, peor aún, no tener ninguna-, lo qué se pueda- menuda mierda de respuesta me saqué de la nada.
  • ¿Cómo que “lo que se pueda?
  • Sí. Cursos, módulos... lo que encuentro. Las cosas en España están muy mal- sin duda estaba bordando la situación dejando a las claras que era un pobre incapaz de hacer nada en mi país y venía a México para ocupar todo ese vacío en el que se había convertido mi vida.
  • Bien, Adrián ¡bienvenido a México!- mientras elevaba su vocecilla nasal marco en el formulario de entrada la casilla que me permite estar en México 180 días.
Menudo trago, sospechoso quizá no sea, pero gilipollas lo soy fijo. Pasé otro control tras recoger mi mochila, éste consistía en pulsar un botón rojo y esperar que la luz fuera verde, de lo contrario.... lo pasé sin mayor complicación y fue entonces cuando me vi, de una vez por todas, dentro de México.
Lo primero que pude comprobar, es que en este país me se me iban a escocer las ingles de gordito acomodado que tengo, pues nada más salir por la puerta del aeropuerto pude notar como mi camiseta se empapa de mi sudor y se pegaba a mis curvas peludas marcándola y definiéndolas; un bochorno asfixiante me recibió dejándome totalmente aturdido, incluso creí que me caería con la mochila aquélla pesando como un muerto. Para añadir más presión a mi situación, salía por una puerta esperando encontrar allí esperando a Héctor, lo cual no fue así, porque allí lo único que me esperaba era una miriada de taxistas-cojoneros que revoloteaban a mi alrededor como si de moscar atraídas por mi pestazo se tratase. Ofrecían todos el mejor precio y metían sus tarifas en mi puto campo de visión, agravando la situación de estrés en la que estaba inmerso; joder, ¡Héctor no estaba!

Conseguí reponerme un poco del shock y mandar a paseo a los pesadísimos taxistas, encontrando una puertecita con dos policías en ambos lados y, de pronto, una carita redonda y sonriente al fondo que gritaba mi nombre; Héctor no me había dejado tirado y estaba allí, recibiéndome como prometió.
Andamos para tratar de hacer auto-stop, sin éxito; mi primera experiencia con este modo de viajar se frustro tan rápido como mis muslos empezaron a rozarse y salirme sarpullido. Decidimos andar hasta la carretera grande (aquí no existen las autopistas tal y cómo las conocemos en Europa, por ello es fácil andar por el arcén y agarrar alguna combi que te lleve adonde desees) y allí pudimos agarrar (sí, ya empiezo a desplazar la palabra “coger” de mi vocabulario, no quiero malos entendidos) la combi que nos llevo hasta Puerto Morelos.

Mejor recibimiento imposible, de veras. La tía y los primos de Héctor me acogieron como a alguien de la familia y sinceramente es lo que llegué a sentir: un cariño real, sincero y cercano que me hizo olvidar la fatiga del viaje y sentirme de algún modo “en casa”. Pase una noche magnífica, tuve mi primera noche de chelas en Puerto Morelos donde pude conocer gente que me cautivó con su buena onda, por ello me gustaría y me siento casi en el deber de hablar de ellos, pero no tengo el tiempo ni las palabras necesarias para hacerlo y que sea algo a la altura de su hospitalidad, por ello diré que fueron la primera gran experiencia del viaje y que gracias a ellos México me enamoró de una manera tan rápida; la gente y su sonrisa hacen lindo a este enorme país.

Tras esa primera toma de contacto partimos dirección a Tulum, desde donde pudimos viajar rápido y directo a Dos Ojos, el lugar donde se desarrollará el proyecto en el que nos hemos embarcado, un proyecto que pretende ser un impulso a la economía y la cultura de una pequeña comunidad maya: el Área Científica de Muuchxiimbal.

Llegamos entrada la tarde, yo empapado en sudor y hasta las narices de cargar con la maldita mochila. Durante el paseo a través de la selva, mis muslos estaban ardiendo, el escozor del roce era una marabunta de fuego que me limitaba bastante al andar. Pero llegué y conocí a Grabriel Mazón, el director de este proyecto.

La impresión fue buena, de esas veces que estrechas la mano de alguien y sientes como si un trasvase de energía estuviese teniendo lugar en ese preciso instante. Un hombre delgado, de rostro afable y con una elocuencia atractiva y casi hipnótica que me recibía en su mundo apartado del materialismo, del estrés y las preocupaciones que nos mantienen aturdidos en eso que llama “civilización”. La noche llegó rápido y pronto nos sentamos todos en la cocina para preparar la cena; todos colaborábamos en ello, era un verdadero espectáculo ver a Gabriel hacer tortillas con su “técnica de Kung Fu”. Charlamos alrededor de la leña que chascaba devorada por el fuego y pude tener el primer contacto firme con el saber y la sobrecogedora historia de un hombre que se ha forjado a sí mismo en base a unos valores de respeto y comprensión de un mundo que poco a poco desaparece, pero que es el que Gabriel ama. La cultura de la que es parte, el saber del que es portador y los valores que dictan cada uno de sus actos son aquéllos que yo llegué deseando encontrar y los cuales considero vitales para un avance cabal hacia una transformación profunda del individuo. Picado cebolla y siendo acribillado por los mosquitos, pude ver la magia de un momento único que llevaba años deseando vivir y que hasta hacía sólo unas horas era para mi un sueño de humo que desaparecía con la corriente agresiva de una realidad enferma.

Los primeros días fueron de verdadero calvario debido al festín que suponían mis carnosos gemelos y flácidos brazos para una miriada de mosquitos hambrientos y cansados de la sangre (presumiblemente agria) de Héctor. En pocas horas mis piernas y brazos doblaron su tamaño convirtiéndose en enormes trozos de carne hinchada con el tacto de un gotelé fresco y saturado. Era una verdadera batalla perdida, pero me afané en mantenerla activa hasta que lo mejor fue desistir, aceptar la derrota y dejar de desollarme las piernas al arrascarme y crear mil heridas abiertas, sangrantes y con un alto riesgo de infectarse.

Y es que el trabajo era demoledor en los primeros días. Había que limpiar la entrada a una cueva que se sitúa en un lateral del cenote, Gabriel lo quería así y en poco tiempo, debido a la inminente llegada de una televisión japones que quería grabar un documental en el Área. Sudar es quedarse corto, mi cuerpo se convirtió en un enorme trozo de carne de poros abiertos como perras que rezumaban litros de un sudor que contenía todo los excesos y sustancias que aún intoxicaban mi organismo. Jamás había experimentado algo así, la sensación de estar pegado a la ropa y el sentirme cubierto de una capa de mierda que no quitaba el agua del cenote, se me hacía realmente difícil de asimilar; pronto extrañaría la duchita y el surtido de jabón del baño de mi casa.

Aguante bien los días siguientes, asimilé tanto que era el buffet de los condenados mosquitos y que iba a tener más mierda que el palo de un gallinero en mi cuerpo. Pronto dejé de preocuparme y pude ver como mi apariencia se convertía en la de un naufrago, eso sí, sin playa ni arena blanca para admirar el océano. Todo lo contrario, la arena era lodo que se acumulaba debajo de las uñas y mi playa era un cenote del que no parábamos de sacar piedras que me destrozaron las palmas y los dedos de las manos. Pero era feliz, al menos, por primera vez en mucho tiempo experimentaba una sensación de gozo que jamás había conocido, mi trabajo era duro pero tenía como telón de fondo la selva viva y de recompensa podía disfrutar de los sabios consejos y las transformadoras pláticas con Gabriel.

Poco salí de la selva, fueron escasas las ocasiones pero vinieron bien. El sentir de nuevo un poco de contacto con gente, ruido de coches y bares, y ese olor de miles de almas hacinadas en un espacio tan decadente me hizo volver a sentirme parte de ese mundo; por momentos llegué a pensar demasiado en la selva, hasta el punto de saturarme tanto que uno se abandona a la imperturbable calma de una vida en la selva y pierde la noción del tiempo y de la realidad que existe tras todo ese laberinto selvático. Buenas noches pude pasar con Héctor, conociendo mucha más gente increíble, mención especial a toda la gente de Playa del Carmen, espero pasar muchas más noches como aquella con ellos pues de nuevo volví a sentirme recibido como en ningún otro lado; como si ya nos conociéramos de muchos años atrás y los caminos se hubieran separado hasta llevarnos a ese instante del reencuentro. De verdad, nos sentimos entre amigos y el ofrecimiento de su ya establecida vida en aquella ciudad sólo puedo pagarlo con el de mi gratitud y amistad.
¡MUCHAS GRACIAS POR TODO!


Y bueno, pasada toda la vorágine del rodaje del documental por parte de la televisión nipona, hemos empezado con nuestro objetivo de ayudar en la creación y en el funcionamiento de la página web del proyecto. Trabajo que nos trajo aquí a Mérida (junto a la obsesión de Gabriel por hacer camisetas del Área Científica y tarjetas para poder presentarnos de cara a la gente), pues es el único lugar donde hasta ahora hemos podido chupar WiFi y trabajar con los ordenadores.

Y es aquí donde ahora mismo acabaré mi resumen de un mes de trabajo duro, pero muy gratificante por la gran cantidad de experiencia adquirida y por la oportunidad de conocer tanta gente increíble, todos ellos con su historia fascinante la cual no se queda en algo superfluo o fútil para nosotros, relleno para un diario que quedará escondido en lo mas oscuro de un cajón de la memoria más efímera, sino que aprendemos y absorbemos toda la enseñanza que en ella se esconde aprendiendo así lo necesario y más valioso de cada persona para emplearlo en nuestro viaje y en nuestra propia vida. Ese es el objetivo del viaje, la fuerza que nos mueve a cada instante: aprender.Dos semanas, mañana empieza una nueva...

PD: No creo que este texto alcance, ni por asomo, a abarcar todo lo vivido y experimentado en estas semanas que llevamos o, mejor dicho, llevo aquí. Sólo responde a la necesidad de ofrecer a la gente que desee conocer nuestro viaje, un resumen a grades rasgos de los que están siendo nuestros días. Lo seguiremos haciendo, tratando de que sea una publicación semanas debido a la limitación de no contar con un internet al que “engancharnos” como garrapatas y chupar de su deliciosa conexión.
Habrá articulo muy pronto donde tanto Héctor como yo, os contaremos al detalle el calado que está teniendo esta gran aventura en nuestras vidas.

Ser pacientes, habrá más. Así que ¡no desesperéis!

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