Se les va echando de menos...
Abrí el ordenador simplemente por asegurarme qué aún encendía.
Lo encontré infestado de hormigas minúsculas. Correteaban por todos
lados: sobre el teclado, por la pantalla, entraban y salían de los
puertos USB. Y para colmo habían regado todo con caquitas, todo el
ordenador estaba lleno de esas motitas salidas de los culos
microscópicos de las hormiguitas.
Me preocupé realmente, llegué a pensar que mi
ordenador estaba en las últimas, que como uno de los troncos que hoy
talamos, servía de nido para una colonia gigantesca de
hormigas-tocapelotas. Pero no. No era para tanto; descubrí que con
paciencia y buen tino, podía soplar y expulsar de la parte exterior
a las hormigas como si de un huracán en Lousianna se tratase pude
ver volar aquellos diminutos puntos negros hacia la nada. Las
cabronas se escondían entre las teclas, descubrí una predilección
por la letra M. Cuando asomaban y se dejaban ver, comencé a
aplastarlas. Usé mi dedo como el azote de un Dios para destruir las
vidas de cientos de esos insectos inocentes, creando el caos en su
rutinaria vida de hormiga.
Logré limpiar bastante bien el ordenador, de vez en
cuando seguían surgiendo hormigas de la letra B o la R, pero todo
tenía una apariencia normal y pude comenzar a utilizar el ordenador
sin demasiados apuros. Busqué en la carpeta donde guardo los vídeos
de la cámara. Aparecieron vídeos de cuando la probábamos en
Alemania: Adiel en mi tienda diciendo memeces; Héctor preparando la
cabecera de aquello que prometía ser nuestro canal de Youtube; y
alguna memez más para la que sacamos la cámara a paseo. Pero
también guardaba en esa carpeta el único vídeo que no borré del
mes que estuve en casa, uno en el que mi hermana y una amiguita suya
nadan, bucean y bailan bajo el agua como si de unas sirenitas
ibéricas se tratase; me entro morriña, esa angustia que oprime el
pecho y empuja todo hacia la garganta. Cerré el vídeo. Creo que no
llegué a ver ni siquiera 15 segundos. Pero pese a este mal trago y
conducido maquinalmente por una fuerza que no alcanzaba a controlar,
abrí otra carpeta donde guardo las fotos y los vídeos del iPad de
mi padre. Tremendo error. La familia estaba allí en un cumpleaños,
reunida y festejando alegre como siempre; mi hermana en el 2013
vestida como si de una licenciada se tratase, lista para pasar de
preescolar a primaria; mis dos abuelas, a las que no pude despedir,
conversando sobre esas cosas sobre las que sólo las viejas
conversan; también mi hermano estaba allí, gordo y calmado,
congelado en un instante tranquilo; y también mi madre, con las
fosas nasales tan abiertas que parece estar a punto de escupir
fuego...
Dejé de preocuparme por aplastar las hormigas que surgían de mi teclado para dedicarme a secar las lágrimas tibias que resbalaban por mis mejillas...