Un año en Alemania. Donde se gesta una aventura.


Un año en Alemania ha dado para mucho. Echando la vista atrás se puede ver la cantidad de experiencias vividas, las motivaciones nacidas y los cambios sufridos por todos aquí durante este tiempo. Es imposible hacer esto sin sentir en la mirada el peso de la nostalgia por un tiempo a punto de acabar y que, sin duda, fue un tiempo bueno. Un año desde que llegamos aquí. Un día 3 de agosto exactamente aterrizamos en Alemania, cada cual llegó cómo pudo, pero ese mismo día todos nos reunimos en Holleben; en ese pequeño pueblo del este era dónde nuestros destinos se unían. Todos cruzamos el umbral de la puerta como iniciando un viaje hacia nuestro futuro; meses después lo cruzaríamos de nuevo pero esta vez para salir de aquí y perseguir el sino ansiado por cada uno.


La primera noche no la recuerdo del todo, fue quizá la parte más borrosa de la nueva experiencia, pero si recuerdo la sensación de reencontrarme con los compañeros de aula con los que había comenzado con la epopeya del idioma en Madrid; o el primer estrechón de mano con el resto de los compañeros que no conocía (nosotros estudiábamos por la mañana; ellos por la tarde). Caras nuevas o caras conocidas, igual daba, la cuestión era sencilla: todos estábamos en igualdad de condiciones, el único apoyo posible a partir de entonces residiría en el grupo. Sobre esa base se empezó a fraguar una unidad que nos ayudó a pasar la dureza de los primeros días y la tediosa sucesión de los siguientes. Una verdadera camaradería; una unión sin visos de quebrarse.
Los primeros días transcurrieron entre el papeleo burocrático alemán y partidas de pin-pon. Una tranquilidad agradecida tras años de amarga inquietud. Una novedosa vida se nos presentaba apetecible en comparación con los años de monótona y frustrante existencia en España. Todos llegamos aquí con ese objetivo; olvidar todo lo pasado y tratar de convertir esta experiencia en el cambio necesario en nuestras vidas. Pasamos días conociendo Halle, una ciudad cercana al pueblo donde se sitúa el internado. Lugar de nacimiento del compositor Händel y punto de paso del reformador de la iglesia, Martín Lutero. Su plaza principal se mostró vibrante y llena de vida, con su Torre roja y su Catedral brillando al sol y sus terrazas llenas de rubios ávidos de cerveza, todo pareció en aquel momento un acierto. La ciudad de noche hacía salir de sus escondites a los estudiantes de la universidad y se convertía en un lugar perfecto para entablar las primeras amistades y empaparse de la personalidad y rarezas -que no son pocas- de esta gente del este. Hubo noches míticas. ¿Cómo olvidar El velociraptor de Mario? ¿Cómo no llorar de la risa cuando Mateo rompió “los canelones”? ¿Cómo no idolatrar al viejo cebolleta que baila como poseído en el mítico Flower Power? ¿Y quién no recuerda la pedazo de “fixie” que se agenció Andrés para acabar perdida entre la maleza? Fueron buenos días. Los repetiría con “gerne”.
El tiempo del verano y sus anécdotas pronto quedo atrás. Empezó entonces el motivo que nos trajo aquí; una formación. Conseguimos la oportunidad de entrar dentro de un proyecto formativo con una de las empresas más grandes e importantes a nivel mundial de la construcción. Tres años que darían como resultado un puesto relevante en una de sus sedes en Alemania o en cualquier país del mundo dónde la empresa cuenta con filiales; un sueldo suculento que haría la boca agua de muchos en estos días que corren; y la vida cómoda y despreocupada de aquél que se siente resguardado bajo ese techo, mientras fuera el mundo se desintegra. Con mucho trabajo práctico y horas en aulas para adquirir los conocimientos necesarios, afrontábamos el horizonte alentador de un futuro independiente y digno.
Pero hubo un momento en el que todo, por algún extraño azar del destino, cambió. Puede ser incomprensible para el que ve esto desde fuera, pero fue cómo si la tierra invirtiera su eje haciendo desaparecer todo lo bueno que teníamos aquí. Empezamos a experimentar un cambio brusco en el carácter y en la forma de afrontar no sólo la formación, sino también la vida. Enfrentarse a la realidad alemana es difícil. Ésta es pesada, plomiza lluvia que cae sobre el alma y la defenestra y deforma hasta sentirla dentro como un lastre inútil. Días que se vuelven una repetición más gris de los anteriores. Una sensación que mina la moral convirtiendo al que la sufre en un autómata, en alguien que toma una rutina por imposición y no por elección propia; algo que se siente como una losa oprimiendo el espíritu no puede ser apreciado. Despertar y ver que es de noche, con ese sentimiento que entorpece y merma la moral, no es comienzo para el día a día en la vida de un ser humano. Volver de noche directo a la cama sin la existencia de una vida social más allá de la que se hace entre compañeros, acaba por vaciar a una persona como si el descorazonador de manzanas de la maquinaria capitalista se ocupase de dejar sólo la cáscara sin vida, fe o aspiraciones convirtiéndola en un objeto inerte a su merced. El nudo en el pecho que uno siente al descubrir que es así como vive, como se siente, es de alambre de espino y desgarra por dentro al individuo cada vez más salvaje y furioso con cada día que pasa. Entramos así en un momento en el que todos nos planteábamos el grado de provecho o ventaja que cada uno podía sacar de aquéllo.

Pero sin duda, de todo momento malo, de toda racha regular que uno pase debe extraerse lo positivo. Hemos podido aprender un idioma que hasta hace muy poco se nos antojaba imposible. Es increíble y gratifica muchísimo poder mantener una conversación en alemán que tan sólo un año atrás no hubiera ni imaginado. Adquirimos conocimientos y refrescamos otros, lo cual es positivo para no estancarse y seguir creciendo en la vida.
Conocimos ciudades nuevas, lugares que solo conocíamos por las frías e inertes fotos de los libros o imágenes de televisión. Sin duda estos viajes han sido de lo mejor de este tiempo aquí. La posición de Alemania en el mapa nos ha ofrecido la oportunidad de conocer muchas ciudades y gran parte de sus bares, discotecas y barrios de mala muerte. Héctor y yo aprovechamos para estrechar lazos y destapar el frasco de las esencias viajeras que hoy nos hacen planear un proyecto enorme bajo el influjo de un síndrome viajero. Berlin, Dresden, Praga o Viena, fueron los escenarios donde empezamos a trastear con viajes más lejanos. Pero también hemos vivido junto con otros compañeros el grandioso Carnaval de Colonia. Disfrazados, y con el alcohol y Kalenji calentándonos el espíritu en una fría noche de Febrero, nos dejamos arrastrar por una ciudad con el sucio encanto de sus bares de copas y la alegría de una Hello Kitty descontrolada. Pruebas de fuerza bañadas en sangre; nudillos que buscan hogar dentro de la mano; frases míticas para la historia (Malo'stoooy!); y viajes por autopistas “a oscuras” son sin duda momentos que todos guardaremos para siempre.
¿Y Hamburgo? Imposible olvidar sus estética ochentera y su atmósfera de tolerancia, droga, sexo y mugre quedaron grabados bien hondo para quien hoy escribe esto...y para dos de mis compañeros. Polska, Tyskie, Bacca, Afrika Army y el intento de “regateo” con las prostitutas de la zona nos han marcado a los tres.

Pero sin duda alguna, para mí al menos, existen dos motivos por los que esta experiencia ha merecido mucho la pena. Esas cosas que cuando uno hace balance nota cómo dentro, ahí donde guardamos la fuerza vital que nos guía, un repelús que eriza los pelos de la rabadilla; algo que ya forma parte de uno y que lo acompañará en los años venideros en todas las etapas de la vida y desafíos por afrontar.
El primero. Haber conocido a esta gente. Sinceramente no imaginé nunca el grado de hermanamiento del que hoy disfrutamos. Hemos aliviado la tensión de esta experiencia con el apoyo del compañero de habitación, con la ayuda de los amigos de la planta de arriba o con las palabras de tus compañeros de taller; hemos olvidado los problemas gracias a las risas más sentidas y libres que jamás habíamos experimentado; hemos aprendido del ejemplo de los otros, en cualquier faceta, y ensanchado el alma de modo que TODOS hemos crecido como persona y como ser humano. Este es el tipo de vivencia que hacen a uno ver la vida como realmente es, lejos de verdades tendenciosas o experiencias ajenas; dando más valor a las relaciones humanas y a la convivencia respetuosa y solidaria como pilares para construir el futuro. Somos un grupo de jóvenes que dejaron una vida atrás para empezar otra nueva, y eso nos a llevado a conocer a personas que marcarán nuestro paso e influirán de forma directa en ella. Doy gracias por haberlos conocido; los guardaré dentro, donde merecen estar.
Y el segundo motivo es la razón por la que hoy escribo esto. La razón por la que se me humedecen los ojos y siento estas líneas con tono de despedida. Las vidas de todos han sufrido cambios en este tiempo, más drástico o radicales en la mía (y la de Héctor), pero todos hemos experimentado ese cambio en lo más profundo del ser. Siento mi alma rebosante de energía; mi espíritu desafía límites que antes ni siquiera tanteaba de lejos; arde de nuevo en mi el fuego con el que afronté los desconocido en aras de una nueva vida lejos de todo y que me empuja de nuevo a hacerlo. Ser felices es lo que todos vinimos buscando y yo he descubierto que aquí no hallaré tal tesoro, debo seguir buscándolo por lejos que pueda estar, por ello he decidido hacer caso a mis deseos más íntimos y perseguir los sueños con los que mi alma vibra. Pronto emprenderé con Héctor el viaje hacia ellos. Y todo esto se lo debo a esta experiencia pero sobretodo se lo debo a mis amigos del Ausbildung. Los cuales me devolvieron las ganas y las fuerzas tan necesarias para afrontar mi miedos y dudas, y luchar por conseguir lo que siempre soñé.
Gracias a TODOS por estos once meses.
¡Nos vemos por el mundo!



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