Yo quiero construir con mis vivencias
Hace un tiempo, no recuerdo exactamente
cuanto, tuve una conversación con gente de esa qué por motivos
sucios entra a formar parte de tu familia; matrimonios en este caso.
Bien, andábamos allí tres hombres sentados repartidos a lo largo de
una encimera de cocina. Despachábamos un whisky de muchos euros
-traído por ellos, claro está- mientras el ambiente se nublaba con
enormes nubes de humo. La cocina era el lugar dónde uno se podía
fumar un cigarro tranquilo, sin niños a los que contaminar ni
fumadores arrepentidos a los que escuchar despotricando. Allí
también huía la gente para evitar un baile desagradable con una tía
y hablas de forma distendida sobre los asuntos mas relevantes.
Política, motor y coños famosos eran casi siempre los temas
tratados frente a un frigorífico con tantos imanes de países como
una tienda souvenirs o junto a una pila de agua estancada y platos
hundidos cómo de algún naufragio pasado.
En fin, allí fumábamos y bebíamos
los tres tipos. Ellos eran unos 12 o 15 años mayores y creían saber
más del mundo que el mismísimo Dios. Trataban todos los temas sin
apreciarse en sus opiniones resquicio alguno de ignorancia, todo lo
contrario; lo sabían todo. Hablaban con soltura de política mundial
y de cómo el avance de partidos anti-sistema hacía peligra el
equilibrio perfecto, su democracia. También sobre esos escritores
estúpidos que trataban sobre pollas y heroína en sus libros.
Hablaron de la situación social de gentes de otros países, a los
cuales se referían como negros, chinos (recuerdo
que aclararon que todo asiático era para ellos un chino)
moros o panchitos. Dejaban su
opinión sobre los precios, el maldito euro o incluso sobre cómo les
gusta a las niñas de hoy marcar “potorro con esas
mallitas”. Y dieron un
discurso cargado de simbolismo y asqueroso amor de los principios y
valores del verdadero hombre de bien,
sobre la necesidad de someterse a un sistema parásito del pueblo
para alcanzar un estatus social respetable.
Ésto
último me impactó de verdad. El estómago rugió al darse la vuelta
en mi interior; el cerebro chisporroteaba como una morcilla en el
fuego. Aquéllo me desvelo la realidad de sus personalidades. Pude
traspasar las finas telas de sus camisas caras, la capa de pelo
masculino de su pecho y la de hueso carcomido hasta llegar al alma,
para encontrar allí una fina capa de una material como papel
higiénico mojado donde se apelmazaba su falsa estructura personal.
Su falso yo presentaba
como motas de mierda sobre el papel recién usado. Y pude traspasar
aquella capa y descubrir debajo algo más gordo, más denso, más
negro. Ahí estaba; el mal endémico del hombre de bien.
Hervía. Palpitaba de manera
errática y pesada, como si por debajo una sangre espesa y apestosa
recorriese obstruidas arterias. Una bola enorme de mierda inoculada.
Una amalgama cerosa de ideas, valores, principios,
actitudes, pensamientos, sueños, verdades y mentiras.
Aquéllo era terrible, pues nada de lo que allí se daba era del
individuo portador de la bola, sino de otros.
Ellos
que lo creen saber todo porque leen a éste o al otro;
ellos que tienen ideas porque siguen las rutas marcadas por otros,
mentirosos con el don de acariciar el oído; ellos que conocen el
mundo y sus costumbres, sus gentes y sus historias, sus colores y
olores, por verlo plasmado en las imágenes tomadas por otro
en lugar de con sus ojos; ellos que lo saben todo por medio de otro.
Salí como
succionado por una fuerza enorme de aquella cabida hedionda. Me daban
lástima.
-¿Tú qué
opinas?- me preguntaron. Aquélla debió ser la fuerza que me saco de
aquélla visión.
Miré a los ojos
de aquellos dos intrusos de mi familia con serenidad y desafío a la
vez, pero sin dejar en ningún momento que mis ojos claros dejasen
entrever mi ánimo de patearles la boca. Pese a todo, traté de
parecer lo mas cordial y cercano posible, sin tratar de humillar sus
ideas o ganarme simplemente su enemistad eterna. En estos casos, con
esta gente, prefiero no ser yo y tratar de acariciarles amablemente
la cabecita, mientras ellos como perritos felices menean el rabito.
Pero esta vez no pude,y algo dentro de mí me empujaba a ser yo; el
rugido de mi alma pura, rebelde, me empujaba a decirles todo de
manera clara y directa. Contesté. Lo hice. Y lo hice soportando las
ganas de explotar. Hablé con voz tranquila, calmada y clara. Les
contesté punto por punto según sentía, evitando un enfoque directo
hacia su integridad, pero dejando claro mis ideas y posicionamientos
respecto a aquellos temas que se perdían en cada bocanada de humo
espeso.
Se
miraron. Me miraron. Y al hacerlo sus ojos de pez muerto y su boca
abierta como un negro túnel, me dejaron ver allí en lo
hondo de su pozo a aquella bola de mierda negra estremeciéndose al
tratar de digerir cada una de mis palabras como si éstas fueran
cuchillas de afeitar. Pronto sus cerebros se colocaron en sintonía
con aquel cerote que se dictaba su sino.
Escupieron palabras
huecas, pues eran de otro, sin duda alguna. Ideas tendenciosas
salían disparadas de sus labios títeres. Sólo se notaba un tono en
sus voces, el de hundir y minar mi moral y demostrarme lo equivocado
que estaba. Pude ver aquellas frases disparadas a través del humo
dirigirse hacia mi pecho. No me afectaban. Sin mostrarme dolido y con
la misma voz con la que contesté antes a todas sus memeces dije:
-Perdonadme. Tengo
que ir a cagar- giré sobre mis talones y enfilé el pasillo que
dirigía al baño. No vi sus caras al oír esto. Desde entonces
tampoco las he vuelto a ver.
Allí, sentado y
con el pantalón por los tobillos, pensé. ¿Quién se creían
aquellos dos? ¿En qué escalón social de cuantos manejaba su bola
de mierda me tenían? ¿Y quién eran ellos para tratar de tirar
por tierra todo cuanto yo
pensaba? Me daba igual. ¡Ploff! Cayó una bolita al
agua. Yo sentía lástima por ellos. Por ellos y por todos lo demás
que pensaban de aquella misma forma. Lástima por toda esa gente que
cree conocer la realidad del mundo y trata de destruir la otras
realidades. Las realidades que gente como yo queremos conocer de la
voz la persona que la experimenta; la realidad del bosque que agoniza
bajo el rugir de mil máquinas asesinas; la realidad que abrasa la
piel de los habitantes de un desierto o que hiela el pijo de los
habitantes de un país de hielo. ¿Cómo tenían cojones aquellos dos
a juzgar a quién quiere formarse una realidad del mundo a base de
experiencias propias? ¿Cómo se puede ser feliz con la mentira como
paisaje de tu andar en la vida?
Lástima es la
palabra. Sin duda es lo que sentía.
Ellos nunca serán libres; nunca podrán conocer la realidad en sus pellejos secos. Todo cuanto crean conocer será la realidad de otros. Mientras tanto, yo lucharé por ser libre de conocer la realidad en todas sus formas. Yo quiero construir con mis vivencias MI PROPIA REALIDAD.
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